jueves, 12 de junio de 2014

Camino a Maranhá

Camino a Maranhá se me dio por recorrer el camino mas largo. Después de haber pasado tanto, el camino se había hecho mi casa y quería recorrerlo como lo hace una madre cuando la acomoda para sus hijos. Ya sabía yo que, por mas largo que sea, algo habría allí que cambiaría, de nuevo, mi forma de pensar. Pues las cosas que me habían antecedido no eran de lo mas común.
El camino hacia Maranhá estaba plagado de naturaleza extraña. Los peregrinos de la región conocían ya todas sus encrucijadas. Al iniciar el viaje de vuelta, por ejemplo, me crucé con un caminante del lugar que me alertó sobre unas hermosas flores transparentes que llaman la atención ya desde lejos, brillando como cristales. Y que era normal intentar quitar una para guardarla y mostrársela a algún conocido cuando llegara a casa. Riéndose me dijo que eso nunca sucede porque esta planta que la llaman "Hasta Siempre" tiene unas espinillas en el tallo con un veneno tan potente que te paraliza el cuerpo con solo tocarlo. Y que cuando al final te mueres, unos bichitos verdes salen de sus escondites y te quitan del camino, dejando el paisaje hermoso y cristalino como lo era antes. O también que era posible encontrar en el trayecto manzaneros radiantes ante el sol, pero que los frutos de este árbol no eran manzanas. Eran veneno. Osea. Un camino de mierda. Cualquiera podía morir solo por tener hambre o por rasparse contra estas flores. Así que bastante cuidadito tuve.
Al principio estaba aterrado, lo reconozco, pero algo me llamaba hacia esos lugares. Como cuando el pecho te brota de emoción. Esa que te hace sentir bien, y que te da risa solo por sentirla. Así me llamaban esos lugares.
Al cruzar la primer colina que caminé, se estrellaron en mis ojos los los rayos de luz mas blancos que he visto. El camino seguía, y al costado de él, un mar de cristales te llenaban los ojos de sorpresa. Bien muerto hubiera quedado si no me hubiese salvado la vida ese caminante. Eran las flores asesinas. Y en el medio del sendero, una línea de bichos verdes  marcha  bien organizada, hasta bailando parecían, y que cruzaban de un lado a otro llevando restos de algo que esperaba yo, no sea un muerto.
No fue difícil cruzar aquél lugar, gracias al cristiano que me salvo la vida. La verdad es que no paré de agradecerle hacia mis adentros. A los manzanos ni los vi. Igual ni iba a tocarlos.
Seguí por el camino. Intuía que Maranhá no debía estar lejos. Pues el paisaje denotaba que la vegetación extraña, y mortal por cierto, iba mermando. Ya al final del día me encontraba sobre una hermosa pradera de campos vírgenes, peinados por el viento, en la caída de una tarde cálida.
Realmente era una vista hermosa. Se me cruzaban imágenes de pinturas famosas, como las de Bob Ross o las de Jim Warren. Era una realidad que solo se da en sueños celestiales y cosas así. Fue tanta la algarabía que viví en aquellos momentos que creí estar flotando, y al volver en si me di cuenta que no era eso, si no que lo que me pasaba era que ya no tenía fuerzas. El cuerpo no me respondía tal y como yo le ordenaba. De a poco fui perdiendo la estabilidad ¡Qué sensación extraña! Todo se mezclaba: Las cosas que me habían pasado, la euforia del paisaje, y ahora el miedo de morir sin saber por que. Caí pesado contra la tierra del camino. Los oídos me zumbaban, la respiración se me agitaba, el corazón se me aceleraba. Oscuridad.

Volví en si. Era de noche. La luna llena alumbraba todo el valle. Escuchaba ruidos de animales por todo el lugar y el miedo me invadió otra vez. La parálisis seguía pero ahora podía ver y pensar con algo de claridad. Seguía tumbado sobre el camino. Veía todo de lado, desde donde yo estaba se veía una piedra tallada, con la luz de la luna que traspasaba unos agujeros hechos en ella. Realmente estaba aterrado. Estaba por morir.

- No tengas tanto miedo. Se escuchó desde algún lugar al cual yo no podía ver.
- ¿Quién es? Mi voz se cortaba del cagazo que llevaba dentro. Estaba llorando, pero no me salían lágrimas.
- No te asustes. Ya no estamos en tu realidad. Estamos en la mía.

Cada vez mas cerca se escuchaban pasos. Un animal extraño entró en mi vista. Era una especie de felino de pelo muy largo, con una cola también muy larga. Mas larga que todo su cuerpo. El rostro era de una fineza difícil de igualar. Como algo egipcio, o por el estilo. Caminó hacia la piedra con altivez, dio un salto y quedó parado sobre su cola. En una posición de relajación quizás. La verdad es que yo estaba en pánico aún, sentía que tenía aun sentidos, pero no tenía cuerpo. Yo estaba muerto. Eso era la muerte para mi.

- Te he encontrado aquí tirado. ¿Sabes por qué he venido?
- Por favor, yo no se quién eres. Solo estoy de paso. Iba de regreso a casa.
- No me has respondido la pregunta. Me dijo mirándose las uñas.

Acobardado aún por el miedo a mi muerte, o por la pena de no estar vivo. Grité de pavor. Me encontré cara a cara con mis emociones, frente el miedo mas grande que podía experimentar. Y grité. Grité sin que algo me importe mas que gritar. Y con ese grito escupí todo mi dolor. Salieron en ese instante todas las penas que llevaba acumuladas en mi cuerpo. Mis desamores, mis trabas, las vergüenzas, los caminos que nunca recorrí, las imágenes y los recuerdos que cargaban tristeza viejas y, desde ese instante, todo fue innecesario.
El terror que había en mi, lo grité entero. Y grité tan dolorosamente que cuando lo hice, la tierra tembló, el viento comenzó a soplar y las aves que se encontraban en los arboles despegaron vuelo hacia el norte.

El gato se rió.
- ¿Te duele verdad?
Yo no podía contener tanto dolor en mi. Y lo miré sin mirar. Intenté responderle pero mi trabajo era soltar el dolor y solo podía concentrarme en darle atención.
- Ya sabes entonces por qué estas aquí. Dijo. Ya no estamos en tu mundo. En este espacio las leyes son otras. Aquí no puedes escaparte de lo que sientes. Aquí lo que es, lo vives. Aquí no puede negarte a ti mismo ni mirar hacia otro lado. Mientras habites este mundo, el que ahora conoces y nunca mas podrás abandonar, vas a ser siempre vos mismo. Eso te hará ser noble y sincero con el camino. Sin embargo, hasta que te reconozcas, te dolerá tanto como tu quieras.

- Pero entonces, ¿Estoy muerto?
- ¿Te duele? Me preguntó.
- Me duele hasta el alma.
- Entonces estas vivo.

Dio una vuelta, miró el árbol donde anteriormente estaban las aves. Quedó un momento agazapado y saltó hacia él. Desapareció.

Cuando reaccioné, estaba caminando por el sendero, había vuelto al camino. No sabía qué me había pasado. Estaba vivo.

jueves, 6 de marzo de 2014

El cuento derecho

Quizás esto responde tu pregunta:
- Si, hubo un lugar al que fui una vez y donde no quiero volver dijo El Elefante. El lugar mas recto que existe y que se encuentra allí. Caminando desde donde estés; derecho hasta allá, y te encontrarás en él. Allí no hay nada mas que relaciones personales, apretones de manos y seres humanos. Pero los libros dicen algo distinto. Los libros dicen que hay una línea que divide las cosas. Una línea que caracteriza lo que está bien y lo que esta mal para todos los vivos. Una línea que desde lejos es negra y filosa. Solo que cuando caminas desde donde estas, derecho hasta allá, esa línea nunca aparece. Esa línea siempre está a la misma distancia de vos, camines lo que camines. Quieras acercarte a ella o no, esa línea siempre está lejos. A esa línea nunca la van a dejar ver como es. Y cuando crees estar protegido por ella, te das cuenta que engloba a todo el planeta. Cuando crees que te está protegiendo a vos y te acercas para entenderla, también está protegiendo a todos los que están adentro; Osea a quienes crees que la están corrompiendo. Esa es la línea. Esa es la ley. Y nunca se deja ver de cerca. Nunca se deja tocar. Solo deja interpretarse. Esa línea está en un lugar al que no quiero volver nunca mas; dijo El Elefante.

viernes, 21 de febrero de 2014

El mejor día del mundo




"Mi primer mundo lo hallé todo en mi escaso pan."
                             Antonio Porchia






Cuenta la historia que determinado día del mes de mayo; El primero, aunque no estoy tan seguro, todos los adultos del mundo desaparecieron.  No quedaron más que  personas menores a los doce años en todo el planeta. Quién sabe por qué, los niños habían heredaron el total del mundo.

Ese día de mayo, en la casa de Litín, ningún padre apareció en el cuarto para despertarlo. Cosa extraña para él, que todos los días, alguno de ellos se acercaba para mecerlo del sueño, dándole un beso y diciéndole lo que debía hacer. Ese día nadie apareció. Ni su padre, ni su madre. Litín despertó descansado, había dormido lo suficiente. Lo que su cuerpo le reclamó para estar óptimo. Se extrañó que nadie haya ido a despertarlo y empezó a desenvolver las hipótesis del caso: Tal vez se les haya pasado la hora, o están esperando para hacerme una sorpresa. ¡Sí! Eso debe ser. Una sorpresa, pensó haciendo fiaca en la cama. Y salió corriendo hacia la cocina. Era el lugar donde siempre desayunaban todos juntos. Y cuando llego con ansias de ser sorprendido, se encontró con otro escenario. No había nadie ahí. La cocina estaba vacía y sin vistas de algún desorden. Hasta los platos de la cena de anoche estaban sucios en la pileta. ¡Mamá! ¡Papá! Gritó. Pero nadie respondió. ¿Qué estará pasando? Se preguntó. No se imaginó una tragedia, pues para un niño de nueve años lo peor que podría haber pasado era que lo obliguen a ir a la escuela los fines de semana. Por eso, Litín no estaba asustado. Más bien extrañado. Qué situación rara tocaba atravesar.

El mundo se había quedado sin adultos. Cosa extraña para Litín y para cualquiera creo yo. No había historia en los libros de que alguna vez haya pasado tal cosa. Los niños no lo sabían aún, estaban a punto de descubrirlo.

Litín abombado de preguntas sobre el paradero de sus padres salió a la calle. En calzoncillos, por supuesto. Él era un niño, y había muchas cosas que no le importaban, así que salió en calzones sin siquiera darse cuenta. Allí afuera no vio movimiento alguno. Eran las 9:30 de la mañana. ¿Cómo era posible que no haya movimiento en la calle? Siempre lo hay. Siempre se ven pasar los trabajadores manejando a gran velocidad para llegar a tiempo a sus trabajos. Siempre se ven los repartidores a la misma velocidad repartiendo sus productos. Siempre se escuchan los ruidos del desesperante mundo del trabajo a tiempo. Como dicen los grandes: El tiempo es dinero. Ilusión adulta si las hay. Por todas estas faltantes en la vía pública, el niño comenzó a buscar una respuesta. Y como el instinto del hombre es ir a buscar una respuesta al lugar más cercano dentro de su conocimiento, fue a la casa del vecino. Graieb. Un niñito de su edad, con el que jugaba en las tardes de felicidad.
Tocó la puerta de Graieb, pero nadie atendió el llamado. Litín gritó para ver si alguien le contestaba. Pero nadie le contestó. Y por el aumento de su desespero, decidió entrar a la casa del vecino.
Entró apurado, y reconoció que en esa casa tampoco había movimiento alguno. Buscó por todos lados y no encontró a ningún adulto. ¿Dónde están todos? ¿Se habrá ido también Graieb? Se preguntó. Y fue hasta su cuarto. El vecinito estaba ahí. No se había despertado aún. Seguramente también a él lo levantarían sus padres, pero no había señales de ellos por ningún lado de la casa.
-¡Oye Graieb! ¡ Graieb! Nos han abandonado, levántate. ¡Oye Graieb!
Graieb abrió los ojos llenos de legañas con exaltación. –Litín ¿Qué haces aquí? ¿Qué hora es?
-¡Graieb! Nos han abandonado.
- ¿Quiénes nos han abandonado? ¿Dónde están mis papas?
- Nuestros padres Graieb. Nuestros padres nos han abandonado. No están por ningún lado. Esto es muy extraño. Mis padres nos están en mi casa y tampoco los tuyos. ¡Levantate! Vamos a ver qué está pasando.
Los dos niños salieron a la calle a investigar lo que estaba sucediendo. Nada se movía en la calle. No había gente manejando ni caminando por la vereda.
-¿Qué es lo que estará pasando acá Litín?
- No se. Quiero a mi papá y a mi mamá. Quiero tomar la leche. ¿Dónde estarán? Relinchaba sollozando.
-¿Crees que esto sea un juego y que tenemos que encontrarlos? Como la piedra libre.
-Me parece que no. No hay movimiento en ningún lado. ¿Qué es eso? ¡Allí hay alguien!
Caminando por las calles Litín vio a lo lejos que había un grupo de chicos, todos sentados en la plaza del barrio, hablando. Y caminaron en esa dirección. Un grupo de aproximadamente 30 chicos discutían una situación.
-Hola. Dijo el niño que se encontraba llevando a cabo la reunión. ¿A ustedes también les pasó lo mismo?
Litín respondió que creía que si. Que sus padres habían desaparecido y que no sabían dónde estaban.
-Vengan con nosotros. A nosotros también nos pasó igual. Y no solo nuestros padres, también han desaparecido nuestros hermanos más grandes. No hay grandes por ningún lado. No sabemos qué pasó, y nos estamos organizando para poder comer.
Los niños siguieron organizándose. No sin antes discutir cuales creían cada uno que era la mejor opción. Había quienes lloraban de tristeza por estar solos, otros que discutían para imponer la que creían que era la mejor.
-¡Basta! Dijo el niño que regulaba el grupo. No podemos hacer esto sin antes organizarnos. Ya sabemos que nuestros padres no están. Podemos llorar como siempre o intentar mejorar la situación. Creo que lo mejor sería empezar a jugar. Somos niños y es lo que más nos gusta. Y además, ya no hay adultos para que nos reten. ¡A jugar! Y reunámonos aquí al medio día.
Con tales palabras los niños se pusieron contentos. Era verdad que ya no habría grandes para que no los dejen hacer cosas. Así que todos salieron corriendo a hacer lo que no les dejaban hacer. Algunos de ellos se disfrazaron con cubetas en la cabeza y escobas, y salieron a cabalgar como caballeros de la época medieval. Otros corrieron rápido hacia su casa para comer los dulces y galletas que estaban prohibidas. O fueron directamente a la cama de sus padres a saltar lo más alto posible y así divertirse.


Al mediodía todos volvieron a la plaza. Sucios, cansados de tanto jugar y desprolijos, pero felices. Habían saciado sus ganas de jugar. Y cada uno había buscado en donde podía, algo de comida para el mediodía. Las penas de no encontrar a sus padres habían disminuido. Estaban tranquilos porque habían podido hacer lo que les estaba prohibido. Jugar.
¿Quién quiere un poco de pan? Gritó uno. Yo, respondieron por ahí. Yo tengo carne, avisó otro. Y así, todos compartieron un poco de sus cosas. Había mucho para comer, y nadie se quedó con hambre. Estaban listos para jugar de nuevo.
-Toca, tú la tienes. Dijo uno tocando el pecho de otro. Y todos salieron corriendo haciendo bullicio para que no sean tocados con “La mancha”.
Toda la tarde pasaron corriendo por el lugar, tocando y esquivando al manchado. Había escondites y grandes descampados para correr. Era el juego perfecto. Todos los niños estaban ahí. Jugando, riendo hasta ya entrada la noche.
Cuando se hizo muy tarde decidieron volver a sus casas a dormir. Esto de que no estén los padres al final no era tan difícil. Se podía aprovechar mejor el día, pensó Litín contento y dormitando.

-¡Litín! Se escuchó. Levántate que ya es hora de levantarse. Era su madre. Había vuelto.
Ese día Litín no sintió tantas ganas de levantarse como los demás días. Ese día supo que tal vez, esa rutina que era la verdadera para sus padres, no era la única, que en el mundo también había otras opciones. Que la adultez es cada vez más robótica y cada vez menos emocional. Y él, en ese momento, quería seguir durmiendo. Eso le dijo a su madre, sientiendo que ese día iba a ser el mejor día del mundo.

viernes, 31 de enero de 2014

La lámpara.

Había estado ahí guardada por mucho tiempo. Mucho. El polvo de los años había escondido toda su brillantez. Ya no era lo que había sido. Pero por dentro; por dentro seguía intacta.

En los viejos tiempos todos conocían su historia. Y debido a la capacidad que concedía a quien la poseyera, era de los tesoros más preciados. Hoy era una cosa más. Una de decoración que ya ni eso hacía.

El martes 13 de este año, el chozno del último poseedor se topó de frente con este artículo tan sorprendente. En una visita a los artículos viejos de sus parientes, quedó obnubilado por esta lámpara sucia. Le tocó el corazón. Le atrapó la intención. Y la agarró y la limpió. Era hermosa. Ya era un tesoro. Ya era su tesoro. Desde que la vio, sin saber por qué, quedó hipnotizado dentro de ella.

Él no sabía sobre su historia. No sabía sobre la historia de sus antepasados con esta lámpara. No sabía; Pero en su sangre existía esa memoria. No lo sabía. Lo sentía.
El mismo martes 13 que la descubrió, antes de acostarse, la dejó arriba de su cómoda y se durmió emocionado por el descubrimiento.

Esa noche soñó su historia. La historia de sus consanguíneos. De cómo habían mantenido escondido, hasta el día de hoy, la capacidad que daba la lámpara de conocerse a uno mismo. De poder reconocer cada pedazo de historia de su vida y sus anteriores. De poder viajar por el tiempo y por el espacio conscientemente y arreglarse a sí mismo. De entenderse sin preguntar, de liberarse de las emociones que le pesaban y volver a vivir los recuerdos en los que había experimentado la emoción del amor. ¡Qué sensación! Ese sueño había sido tan real. ¡Tan real!

Al día siguiente, al despertarse, como si hubiese viajado durante años, se encontró limpio. Se encontró tranquilo. Se encontró. ¿Qué era esa sensación? ¿A qué se debía esa liviandad? ¿La tranquilidad que sentía se debía al sueño que tuvo esa noche? ¿Era verdad? ¿Había sido solo un sueño? No lo sabía. No lograba entenderlo. En el mundo de los por qué no había respuestas para ello. Miró hacia la lámpara y gritó de exaltación. Como si siguiera dentro del sueño, donde la realidad seguía otras leyes, la lámpara, como él, ya no era la misma. Había cambiado. El dorado y el brillo que la dominaban había desaparecido. Los rubíes y las hermosas piedras que la decoraban ya no estaban. La lámpara se había convertido en una jarra de cristal puro y transparente. Y para mayor excitación, se encontraba llena de agua. Como la sensación que sentía. Dudó entonces si el descubrimiento del día anterior había sido parte del sueño o no. Dudó, pero no le importó mucho. No le importó nada. Como el agua de la jarra de cristal, se dejó ser.
Fue la primera vez que dejó una pregunta sin responder. La primera y la última. La jarra de cristal llena de agua y su sensación eran más que una respuesta. Eran el mismo.

María de los Mundos

María De Los Mundos vivía en su mundo. En su propio mundo, donde también vivían sus seres queridos y sus conocidos. María De Los Mundos también vivía en los mundos de los demás. Pero no los frecuentaba como el suyo, pues sabía que no se puede estar en dos lugares al mismo tiempo, y además prefería el suyo. No es que no le gustasen los mundos de los demás, sino que un día de su vida se dio cuenta que en el de ella era el único de todos los mundos donde podía actuar. Por eso, cuando era una niña, decidió vivir solo en el suyo. Un mundo tranquilo. Hecho a su medida. Con amigos buenos, con padres amigables, con un trabajo que le gustaba y unos sueños a cumplir que la empujaban a seguir adelante. A seguir creando su mundo.
Muchos años pasó María viviendo allí. Sus familiares a menudo venían hacia el de María para visitarla. Charlaban, tomaban mates, se reían. María preparaba su mundo para las visitas, lo limpiaba con gusto, ordenaba los platos, adornaba sus paisajes, abría las flores de las plantas y todo quedaba colorido para los visitantes. 
A través de los años, y cada vez más, las personas que iban a visitarla a su mundo comenzaron a darle concejos para mejorarlo. Ese puente no debería estar ahí dijo su padre un día, tapa aquel árbol que representa a toda nuestra familia, no debe estar ahí. ¿Puedo llevar esto a otro lugar? Preguntó su madre luego de almorzar un domingo en una de sus visitas al mundo de María. Este mundo está patas para arriba, hay que mejorarlo, sollozaron los tíos al final de la mesa mientras hacían ademanes negativos con la cabeza.
Era normal escuchar a sus amigos, parientes y conocidos caracterizar cuan mal estaban las cosas en el perfecto mundo de María de los Mundos. Para ella siempre fue su cielo, su edén, su lugar. Siempre se preguntó de que hablaban cuando decían de mejorarlo. Pues para ella era perfecto, era suyo. Cada uno de los demás tenía su propio mundo ¿Por qué no construían el suyo? ¿Sería posible que el de ellos no fuera perfecto?
Un domingo a la mañana; día de su cumpleaños por cierto, María de los Mundos se despertó de una conclusión. Había entendido el porqué de los deseos de los demás de cambiar su mundo.
Ese día de su cumpleaños, cuando todos llegaron a saludarla y a festejar con ella, solo había una nota arriba de la mesa del jardín:
“He pensado mucho en las recomendaciones que me dieron para crear mi mundo y tienen razón, todas mis victorias personales están aquí, mi paz también está aquí. Pero todo eso ya no es mío. Vuelvo a construir mi nuevo mundo, hagan con éste lo que les guste. ¡Disfruten, hay comida en la heladera!”
Y una estrella más nació en el universo.